martes, 17 de julio de 2012

Inmensidad azul

Fuerza. Energía. Pasión. Movimiento. Fluidez. Constancia. Eternidad. Sosiego. Paz. Semejanza. Magnificencia. Todo eso me transmite esa inmensa y salvaje masa de agua en movimiento llamada mar. Cuando la brisa mueve mi pelo y acaricia mi piel, un pequeño escalofrío me recorre por fuera y por dentro. Dan ganas de zambullirse, pero entonces se tomará una perspectiva diferente: entonces apreciaré la sal en mi piel, y mi estaticidad se convertirá en movimiento: notaré las olas mecerse sobre mí, y mi cuerpo parecerá impulsarse solo para, armónicamente, balancearse. Posibilidades: nadar, bucear, quedarse flotando, e incluso luchar por permanecer quieta en la superficie, al menos todo lo que quieta que la mar me permita.
No es época de piratas ni de surcar los mares, no es época de descubrimientos ni de formar parte de la tripulación de grandes galeones de vela. Es época de barcos a motor, con, si acaso, pequeños botes de remos. Pero no parezco acordarme cuando miro ese universo que se muestra azul ante mis ojos: pienso en aquellas épocas pasadas, en navegar en un antiguo barco y en cruzar los mares. Ya se sabe lo que hay al otro lado, pero los mapas no pueden decir lo que los ojos verán.
Se escuchan gaviotas en sintonía con la majestuosidad de las olas al chocar  contra las rocas. ¿Y si escalara al peñasco más alto y me quedara allí a observar? La vista sería sublime.
Huele a sal. Y pienso en peces, en nadar como ellos en las profundidades, sin necesidad de salir a respirar. Pero luego recuerdo el tipo de pesca masiva del siglo XXI y la contaminación, y olvido la fantasía incumplible.
Podría pasarme la vida aquí, junto al mar. Por las noches, la Luna me acompañaría en mis pensamientos, y seríamos dos observadoras silenciosas de esta gran inmensidad azul.

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