jueves, 6 de junio de 2013

Lágrimas

Las lágrimas pueden traernos felicidad. Pueden ser una señal de que nuestro corazón late, de que seguimos sintiendo esperanza, de que podemos conmovernos por las cosas que nos suceden o presenciamos. Nacen de lo más profundo de nuestro corazón, y nos permiten expresar todo lo que no siempre podemos hacer con palabras, y en un lenguaje que no necesita gramática ni léxico, y por tanto es universal. ¿Cuándo fue la última vez que lloraste? ¿Y cuál fue el motivo? ¿Eres capaz de recordarlo? Eso es una buena señal. Señal de que no te has enfriado y sigues sintiendo como el primer día.
En ocasiones las mostramos a todo el que pueda mirar, para que vean que sentimos, que nuestros sentimientos están a flor de piel; otras veces la reservamos para una o varias personas especiales, reflejando la calidez de la relación que sentimos; y en otros momentos, las guardamos para nosotros: son privadas, son nuestras, y sólo nosotros podemos enterarnos de que existen y comprender sus motivos. 
En la mayoría de los casos, sus motivos son tristes. Entonces, suelen ir acompañadas de muchas más. Fruncimos los párpados y la boca y nos llevamos las manos a la cara. Sollozamos, y nuestros hombros se mueven al ritmo de nuestra respiración. Sentimos que algo se ha roto dentro de nosotros, y dejar que el agua salada fluya parece ser el principio de la reconciliación con los acontecimientos. Quiza éste no llegue nunca, pero ahí está nuestra pequeña muestra de sentimiento: ahí esta, en unas cuantas gotas, todo lo que sentimos, todo lo que queremos, todo lo que somos en ese momento. Si lloramos de tristeza, es porque sabemos que no hay solución: nuestros planes y deseos están condenados al fracaso, y ese ha sido el momento de admitirlo. Ya llegará el salir adelante, ya llegará el recomponerse e idear nuevas ilusiones. Por ahora es momento de que fluyan los sentimientos, de abnegarse al fracaso y a la pena, y dejar que salgan las lágrimas.

                                      

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